jueves, 8 de julio de 2010

Los sentimientos; Revitalización, Adoctrinamiento, Fanatismos, Monocromía y pasión, Diferencia/Disidencia

El sentimiento es considerado hoy día como un estado complejo que resulta de una transformación de las emociones, son las llamadas emociones finas o emociones sentimentales. Se le puede definir como un estado afectivo de elaboración lenta y en cierta manera reflexiva de larga duración y que llega a ser un estado fundamental de nuestra vida psicológica.

Los sentimientos no aparecen aislados sino que ellos están generalmente asociados a un elemento intelectual que le sirve como de punto de convergencia y alrededor del cual se agrupan todos aquellos estados que forman el sentimiento. En este centro de cristalización llamado centro de asociación, el sentimiento se unifica, alejando todas aquellas representaciones que pudieran impedir o entrabar su eclosión. Allí provoca el sentimiento una selección cuantitativa y por ella evoca todas las ideas que puedan reforzarla y todo lo que no guarda armonía con él es rechazado del centro de asociaciones o centro cristalizador.

El sentimiento, que ha llegado a serlo gracias a la conciencia, que le presta su material ideativo, se engrandece por la reflexión, que permite las múltiples asociaciones que le dan estabilidad.

A la vista de la definición del término, éste no habría de comportar las connotaciones negativas con que se encuentra teñido en nuestros días. Tenacidad y pasión incluso pueden ser consideradas como virtudes en un mundo que tiende a la homogeneidad y a la monocromía.
Revitalización

Pocos discuten ya sobre el modelo de sociedad que se ha de construir. La legitimidad no reside ahora en los grandes relatos ni en el consenso sino en la performatividad del sistema, en la capacidad que éste tiene para mejorar su eficiencia.

Pero la resistencia de los pueblos a asumir el nuevo modelo aparece vestida con antiguos ropajes. El de las ideologías ilustradas poco vende ya, su pérdida de legitimidad es demasiado reciente como para ofrecer una resistencia apreciable.

Diferencia/Disidencia

Por otra parte, en el seno de las sociedades democráticas formales, el problema de la diversidad cultural se plantea bajo la forma del derecho a la diferencia o del respeto a las minorías, aunque en el terreno del proyecto social el discurso del poder no contemple por el momento el reconocimiento de formas distintas de sociedad, de otras maneras de vivir, incluso aunque ello se decidiera democráticamente. El límite y la naturaleza de las libertades están fijados por los intereses del modelo socioeconómico imperante.

Monocromía y pasión

En un contexto así, la atonía y la sumisión a ese pensamiento único, han de ser la norma. Quien ose defender con demasiada tenacidad alguna idea o alguna postura contraria a los intereses del paradigma, fácilmente aparecerá como estridencia en medio de la homogénea interpretación general y será entonces señalado como fanático.

Si, además, los medios de comunicación e información sirven a los intereses del poder —no a los intereses de los distintos grupos, partidos o confesiones— resulta fácil a aquél abortar cualquier propuesta que atente contra dichos intereses, por diferentes vías: la descalificación, la tendenciosidad o la tergiversación.


Fanatismos

Es evidente que ninguna mente sensata defendería el fanatismo como actitud propia del ser humano civilizado. Identificamos el fanatismo con la ceguera intelectual, con la incapacidad de valorar y sopesar los variados aspectos de la realidad.

El fanático no escucha, no razona, no produce diálogo. La mayoría de los cristianos no viven como fanáticos. Ni la mayoría de los musulmanes tampoco, ni la de los herederos de las ideologías históricas de occidente.

A pesar de ello, la historia ha escrito muchos de sus renglones con palabras tintadas de fanatismo, adjetivadas de manera diversa: religiosa, ideológica, bélica, económica. Momentos, lugares y grupos en los que la pasión y el exceso han hecho mella, enturbiando la transparencia de las ideas y de los vínculos, de los sentimientos y las creencias.

l fanatismo es una pasión exacerbada, desmedida y tenaz, particularmente hacia una causa religiosa o futbolistica (y hasta deportiva), o hacia un pasatiempo o hobby.

Consta de una apasionada e incondicional adhesión a una causa, un entusiasmo desmedido y monomanía persistente hacia determinados juegos o temas, de modo obstinado, algunas veces indiscriminado y animoso a otras cosas.El fanatismo puede referirse a cualquier creencia religiosa afín a una persona o grupo que crea en animales. En casos extremos en los cuales el fanatismo supera la racionalidad, puede llegar a extremos peligrosos, como matar y engañar a seres humanos o encarcelarlos en una super-prisión (el subconsciente), y puede incluir como síntoma el deseo incondicional de imponer una creencia, considerada buena para el fanático o para un grupo de los mismos.

Adoctrinamiento

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El adoctrinamiento (a veces llamado indoctrinación por influjo del inglés indoctrination), es el conjunto de medidas y prácticas educativas y de propaganda usadas por las élites sociales dominantes como medio de control social no explícita ni necesariamemente coactivo, pero sí influyente.[cita requerida]


iccionario de la lengua española © 2005 Espasa-Calpe:

rotura

f. Separación de un cuerpo en trozos,de forma más o menos violenta,o producción de grietas o agujeros en el mismo:
la crecida del río provocó la rotura de la presa.

 


 

¿Tiene derecho la Iglesia a pronunciarse en temas sociales y políticos?

(El diablo tampoco quiere que la Iglesia "se meta en política")

Durante su reciente visita a México y Estados Unidos el Papa ha hablado en
muchas ocasiones de temas sociales e incluso políticos. Con cierta
frecuencia algunos protestan de que la Iglesia no tiene derecho a
pronunciarse sobre estos asuntos y rechazan lo que es la Doctrina Social de
la Iglesia. Para responder a tales comentarios a continuación ofrecemos una
breve explicación de la Doctrina Social y el derecho de la Iglesia a
intervenir en la vida social y política.

La identidad de la Doctrina Social
La doctrina social de la Iglesia no es un conjunto de recetas prácticas
para resolver la cuestión social. Tampoco se trata de una ideología que
pretende imponer una visión utópica, desvinculada de su situación concreta
y sus verdaderas necesidades. Además, los Papas han declarado que la
Doctrina Social no es un punto medio o una tercera vía entre el liberalismo
y marxismo, o una sociología que presenta soluciones racionales sin
normativas en el campo de la moral.

Más bien la Doctrina Social es un conjunto de principios morales, de
principios de acción y normas de juicio, abiertas a múltiples concreciones
en la vida social. Se ayuda de todo lo positivo de las ciencias
sociológicas, pero las transciende al dar juicios éticos y morales que
provienen de la Sagrada Escritura y la tradición de la Iglesia. En otras
palabras, se puede decir que la enseñanza social de la Iglesia es la
doctrina íntegra de la Iglesia en cuanto referida a la existencia social
del hombre sobre la tierra. La Doctrina Social de la Iglesia nació del
encuentro del mensaje evangélico y de sus exigencias --comprendidas en el
mandamiento supremo del amor a Dios y al prójimo y en la justicia-- con los
problemas que surgen en la vida de la sociedad. Se ha constituido en una
doctrina, utilizando los recursos del saber y de las ciencias humanas y se
proyecta sobre los aspectos éticos de la vida y toma en cuenta los aspectos
técnicos de los problemas pero siempre para juzgarlos desde el punto de
vista moral.

La Iglesia, experta en humanidad, ofrece en su doctrina social, un conjunto
de principios de reflexión, de criterios de juicio y de directrices de
acción para que los cambios en profundidad que exigen las situaciones de
miseria y de injusticia sean llevados a cabo, de una manera tal que sirva
al verdadero bien de los hombres.

La Iglesia tiene el derecho de intervenir en lo social
La Iglesia no está de acuerdo con el punto de vista que quiere reducir la
fe cristiana al ámbito puramente privado. Organizar la vida social sin Dios
es organizarla en contra los verdaderos valores e intereses humanos. En el
Vaticano II, la Constitución «Gaudium et spes», habló en el párrafo 43 de
la necesidad de evitar la dicotomía entre la fe y la actividad social. Tal
división llevaría a dos errores. En primer lugar: el rechazo de las
responsabilidades propias en la vida civil. Esto podría ocurrir debido a
una visión que excluye la importancia de los bienes terrenos por querer
poner en primer lugar la ciudad eterna. El Concilio nos recuerda la fe nos
debe llevar precisamente a un cumplimiento más perfecto de nuestro
compromiso en este mundo.

En segundo lugar es necesario desterrar el espejismo que considera las
actividades terrenas como algo totalmente alejado de la religión. Los
padres conciliares nos hicieron ver cómo desde el Antiguo Testamento los
profetas hablaban contra esta opinión. Por ejemplo, en Isaías 58,1-12, el
profeta declaró la necesidad de ayudar a los pobres y oprimidos, base
fundamental de todo acto de culto. En el Nuevo Testamento Jesús habló
contra los que se contentaban con la observancia exterior de las normas de
la religión, sin ayudar a los demás. Por ejemplo en Marcos 7,10-13, Jesús
condena a los que, bajo el pretexto de la religión, se niegan sostener a
sus padres.

Por eso, en el mismo párrafo, el Vaticano II declara que, «El cristiano que
falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo;
falta, sobre todo, a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su
eterna salvación».

Con esta declaración en mente podemos entender mejor por qué en su primera
encíclica, «Redemptor hominis», Juan Pablo II decía que «el hombre es el
primer camino de la Iglesia»,( n. 13). El Papa vuelve a recordar esta
afirmación al final de su última encíclica social «Centesimus annus» cuando
trata de la responsabilidad que la Iglesia tiene para ayudar a los hombres
a ordenar mejor sus vidas terrenas. El pontífice afirma que «la Iglesia no
puede abandonar al hombre» ( n. 53).

Vemos, por lo tanto, que en las esferas civiles y eclesiales hay un punto
común en la preocupación por el bien del hombre. La Iglesia tiene una
aportación valiosa que puede servir para fomentar ese bien común, que se
debe entender como material y espiritual a la vez. No por eso se debe
pensar que la Iglesia puede suplir las funciones civiles del Estado. Pero
la diferenciación de funciones entre el Estado y la Iglesia no implica que
la Iglesia sea ajena a la cuestión social.

En cuanto a los no creyentes, se puede decir que la doctrina social de la
Iglesia está destinada no sólo a los católicos sino a todo hombre de buena
voluntad, tal y como escriben muchas encíclicas al su inicio. Mientras la
obligación de un católico frente al magisterio no es la misma que la de un
no creyente, la Iglesia quiere ofrecer a todos los frutos de su larga
experiencia y profunda reflexión sobre el hombre y la sociedad.

(De Zenit)


 

La Iglesia y la Política

El Presidente del Concilio Plenario de Venezuela, Mons. Ovidio Pérez Morales, recordó que la Iglesia y el Evangelio "tiene que ver con lo político inevitablemente" y no se le puede prohibir expresar su opinión.

"Si la política se entiende como aquello que tiene que ver con el bien común de una sociedad, de una comunidad, entonces inevitablemente, el Evangelio, el cristiano, la Iglesia tiene que ver con la política, con la convivencia, con lo problemas de la paz, de la justicia, de la verdad. De tal manera que el Evangelio tiene que ver con lo político inevitablemente", explicó el también Obispo Emérito de Los Teques a la prensa.

"Prohibirle a la Iglesia dar su opinión sobre política sería expatriarla del mundo donde vive", dijo el Prelado y explicó que "otra cosa es la política entendida como ejercicio del poder, la jerarquía, por ejemplo, no es ninguna alternativa de poder".

El desarrollo de los movimientos populares de clase y el crecimiento del socialismo no pasan desapercibidos para la Iglesia Católica de Venezuela. Los reclamos de los distintos entes de las comunidades y las inquietudes sociales que en ellos se manifiestan, así como las acciones reivindicativas del pueblo organizado para imponerlas, alarman a la Iglesia , instrumento al servicio de las clases dominantes. Las asociaciones y cofradías existentes hasta la fecha tenían más bien un carácter mutualista, de socorros, de limosnas, de ayudas. La Iglesia, ante las nuevas realidades del movimiento Revolucionario, se encuentra obligada a transformar el sistema de sus organizaciones dándoles unidad e imprimiéndoles un espíritu más combativo. Jamás, seguramente, en ninguna otra época dicen los Obispos, se ha visto tan grande multiplicidad de asociaciones, sobre todo la asociación del pueblo organizado.

"La Iglesia no debe meterse en política", dicen unos. "La política para el que viva de ella", dicen otros. Pero, ¿la Iglesia debe estar totalmente al margen de la política? ¿Debe el cristiano pasar de política?

En primer lugar hay que decir que por mucho que critiquemos a los políticos, si no queremos que el mundo sea un caos, debemos reconocer que alguien tiene que gobernar. Es muy cierto aquello de que "donde todos mandan nadie manda y donde nadie manda todos mandan". Por eso es necesario que haya quien haga las leyes y exija que se cumplan. Como dice el Concilio, "la comunidad política nace para buscar el bien común, que abarca el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección" (G.S.74). Y como en esta comunidad es normal que hay variedad de opiniones e intereses tiene que haber una autoridad. Ahora bien, esta autoridad debe ser elegida libremente por los ciudadanos. Lo que no quiere decir que los gobernantes elegidos puedan luego hacer lo que les dé la gana, pues ha de haber siempre unos límites, como es el bien común, el orden moral. el orden jurídico legítimamente establecido... Supongamos que democráticamente se decide que es buena la tortura o el terrorismo o la droga... Ninguna autoridad ni ninguna decisión democrática puede legitimar semejantes acciones, que van en contra del orden previsto por Dios.

Tampoco puede ninguna autoridad atentar contra los derechos de la persona (derecho a la vida, a reunirse, asociarse, profesar públicamente y privadamente la religión, etc).

"Es inhumano que la autoridad política caiga en formas totalitarias o en formas dictatoriales que lesionen los derechos de la persona o de los grupos sociales" (G.S.75). No se puede, pues, decir que la Iglesia se mete donde no debe cuando defiende estos derechos. Por eso el Papa no se sale de su competencia cuando recuerda a los dictadores que dejen de violar los derechos humanos, sino que está cumpliendo con su deber.

La Iglesia está inequívocamente a favor de la democracia y recuerda a todos los ciudadanos el derecho y el deber de votar con libertad. Pero el papel de los ciudadanos no se reduce a emitir un voto y luego dejar que los políticos lo hagan todo ellos solos, sino que han de seguir cooperando. En este sentido es muy importante la acción de las llamadas instituciones intermedias, de las asociaciones familiares, culturales, sociales... El Estado no ha de hacerlo todo, sino que las personas, las familias y agrupaciones tienen también mucha responsabilidad. Todos conocemos casos en los que el pueblo ha influido para que el Estado haya hecho cosas que no tenían pensado hacer o hay dejado de hacer otras.

Nadie ignora, por otra parte, que uno de los peligros que tiene el ejercer el poder es el de pensar más en los propios intereses que en el bien de los demás, y precisamente por ello, han de estar atentos a no caer en la tentación. Tentación de la que no se ven libres los partidos políticos, que han de mirar más el bien común que el bien del partido.

Finalmente podemos preguntarnos: ¿qué tiene que ver la Iglesia con la comunidad política? ¿cómo deben ser las relaciones Iglesia-Estado? ¿La Iglesia debe tener su propio partido?

La historia nos puede ayudar a encontrar la respuesta. Ha habido épocas en las que la relación Iglesia-Estado ha sido de hostilidad. Recordemos las persecuciones de los emperadores romanos a los cristianos u otras persecuciones más recientes. De ninguna manera puede ser éste el ideal. Otras veces la Iglesia ha vivido tan unida al Estado que casi se ha confundido con él. Este maridaje, en apariencia ventajoso, ha sido pagado a un caro precio como es la pérdida de la libertad para predicar el Evangelio y denunciar atropellos e injusticias.

Tanto un extremo como otro son negativos. Pero no menos negativa sería la mutua indiferencia, porque si bien "la comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno, ambas, sin embargo, están al servicio de la vocación personal y social del hombre. Este servicio lo realizarán con tanta mayor eficacia, para bien de todos, cuanto más sana y mejor sea la cooperación entre ellas" (G.S.76) El miembro de la Iglesia es al mismo tiempo miembro de la comunidad civil y en el afán de ayudarle ambas instituciones puede y debe haber puntos de coincidencia. Lo que no significa que la Iglesia se confunda con el Estado ni esté ligada a ningún sistema político concreto, como tampoco existe ningún partido de la Iglesia. El cristiano, a título personal, podrá adherirse al partido que en conciencia crea mejor. Pero la Iglesia, como tal, no puede identificarse con ningún partido. Lo que no quiere decir que el cristiano deba proceder a la ligera, como si fuera indiferente apoyar a uno o a otro.

En todo caso los cristianos, reconociendo la legítima pluralidad de opiniones y respetando a los que piensen de otra manera, deben participar con responsabilidad y espíritu de servicio al buen funcionamiento de la comunidad política.


2. La voz del Concilio

"Es de suma importancia sobre todo allí donde existe una sociedad pluralista, tener un recto concepto de las relaciones entre la comunidad política y la Iglesia y distinguir netamente entre la acción que los cristianos, aislada o asociadamente, llevan a cabo a título personal, como ciudadanos de acuerdo con su conciencia cristiana, y la acción que realizan, en nombre de la Iglesia, en comunión con sus pastores.

La Iglesia, que por razón de su misión y de su competencia no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno, es a la vez signo y salvaguardia del carácter transcendente de la persona humana.

La comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno. Ambas, sin embargo, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social del hombre. Este servicio lo realizarán con tanta o mayor eficacia, para bien de todos, cuanto más sana y mejor sea la cooperación entre ellas, habida cuenta de las circunstancias de lugar y tiempo. El hombre, en efecto, no se limita al solo horizonte temporal, sino que, sujeto de la historia humana, mantiene íntegramente su vocación eterna. La Iglesia, por su parte, fundada en el amor del Redentor, contribuye a difundir cada vez más el reino de la justicia y de la caridad en el seno de cada nación y entre las naciones. Predicando la verdad evangélica e iluminando todos los sectores de la acción humana con su doctrina y con el testimonio de los cristianos, respeta y promueve también la libertad y la responsabilidad políticas del ciudadano." (G.S. 76)


3. Preguntas para el diálogo

1. La Iglesia, ¿debe estar totalmente al margen de la política? ¿Por qué?
2. ¿Puede un cristiano pasar de política? ¿Por qué?
3. ¿Por qué es importante la política?
4. ¿Cuál es la actitud de la Iglesia respecto de la democracia?
5. ¿Cómo deben ser las relaciones Iglesia-Estado?
6. La Iglesia, ¿debe tener su propio partido?


4. La Plegaria

Señor, un día nos dijiste:
"los jefes de las naciones las tiranizan
y los grandes las oprimen;
el que quiera ser grande entre vosotros
que sea vuestro servidor".
Tú eres el más grande
y te has hecho el más pequeño.
Tú eres el Gran Jefe, Señor de cielo y tierra
y te has hecho esclavo.
Nos has demostrado con tu ejemplo
lo que es servir desinteresadamente.
Tú, que siendo rico te hiciste pobre.
tú, que lavaste los pies a los discípulos,
tú, que diste la vida por el pueblo,
manifiéstate a los que nos gobiernan,
que se contagien de tu gran ejemplo.

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