jueves, 8 de julio de 2010

¿Tiene derecho la Iglesia a pronunciarse en temas sociales y políticos?

(El diablo tampoco quiere que la Iglesia "se meta en política")

Durante su reciente visita a México y Estados Unidos el Papa ha hablado en
muchas ocasiones de temas sociales e incluso políticos. Con cierta
frecuencia algunos protestan de que la Iglesia no tiene derecho a
pronunciarse sobre estos asuntos y rechazan lo que es la Doctrina Social de
la Iglesia. Para responder a tales comentarios a continuación ofrecemos una
breve explicación de la Doctrina Social y el derecho de la Iglesia a
intervenir en la vida social y política.

La identidad de la Doctrina Social
La doctrina social de la Iglesia no es un conjunto de recetas prácticas
para resolver la cuestión social. Tampoco se trata de una ideología que
pretende imponer una visión utópica, desvinculada de su situación concreta
y sus verdaderas necesidades. Además, los Papas han declarado que la
Doctrina Social no es un punto medio o una tercera vía entre el liberalismo
y marxismo, o una sociología que presenta soluciones racionales sin
normativas en el campo de la moral.

Más bien la Doctrina Social es un conjunto de principios morales, de
principios de acción y normas de juicio, abiertas a múltiples concreciones
en la vida social. Se ayuda de todo lo positivo de las ciencias
sociológicas, pero las transciende al dar juicios éticos y morales que
provienen de la Sagrada Escritura y la tradición de la Iglesia. En otras
palabras, se puede decir que la enseñanza social de la Iglesia es la
doctrina íntegra de la Iglesia en cuanto referida a la existencia social
del hombre sobre la tierra. La Doctrina Social de la Iglesia nació del
encuentro del mensaje evangélico y de sus exigencias --comprendidas en el
mandamiento supremo del amor a Dios y al prójimo y en la justicia-- con los
problemas que surgen en la vida de la sociedad. Se ha constituido en una
doctrina, utilizando los recursos del saber y de las ciencias humanas y se
proyecta sobre los aspectos éticos de la vida y toma en cuenta los aspectos
técnicos de los problemas pero siempre para juzgarlos desde el punto de
vista moral.

La Iglesia, experta en humanidad, ofrece en su doctrina social, un conjunto
de principios de reflexión, de criterios de juicio y de directrices de
acción para que los cambios en profundidad que exigen las situaciones de
miseria y de injusticia sean llevados a cabo, de una manera tal que sirva
al verdadero bien de los hombres.

La Iglesia tiene el derecho de intervenir en lo social
La Iglesia no está de acuerdo con el punto de vista que quiere reducir la
fe cristiana al ámbito puramente privado. Organizar la vida social sin Dios
es organizarla en contra los verdaderos valores e intereses humanos. En el
Vaticano II, la Constitución «Gaudium et spes», habló en el párrafo 43 de
la necesidad de evitar la dicotomía entre la fe y la actividad social. Tal
división llevaría a dos errores. En primer lugar: el rechazo de las
responsabilidades propias en la vida civil. Esto podría ocurrir debido a
una visión que excluye la importancia de los bienes terrenos por querer
poner en primer lugar la ciudad eterna. El Concilio nos recuerda la fe nos
debe llevar precisamente a un cumplimiento más perfecto de nuestro
compromiso en este mundo.

En segundo lugar es necesario desterrar el espejismo que considera las
actividades terrenas como algo totalmente alejado de la religión. Los
padres conciliares nos hicieron ver cómo desde el Antiguo Testamento los
profetas hablaban contra esta opinión. Por ejemplo, en Isaías 58,1-12, el
profeta declaró la necesidad de ayudar a los pobres y oprimidos, base
fundamental de todo acto de culto. En el Nuevo Testamento Jesús habló
contra los que se contentaban con la observancia exterior de las normas de
la religión, sin ayudar a los demás. Por ejemplo en Marcos 7,10-13, Jesús
condena a los que, bajo el pretexto de la religión, se niegan sostener a
sus padres.

Por eso, en el mismo párrafo, el Vaticano II declara que, «El cristiano que
falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo;
falta, sobre todo, a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su
eterna salvación».

Con esta declaración en mente podemos entender mejor por qué en su primera
encíclica, «Redemptor hominis», Juan Pablo II decía que «el hombre es el
primer camino de la Iglesia»,( n. 13). El Papa vuelve a recordar esta
afirmación al final de su última encíclica social «Centesimus annus» cuando
trata de la responsabilidad que la Iglesia tiene para ayudar a los hombres
a ordenar mejor sus vidas terrenas. El pontífice afirma que «la Iglesia no
puede abandonar al hombre» ( n. 53).

Vemos, por lo tanto, que en las esferas civiles y eclesiales hay un punto
común en la preocupación por el bien del hombre. La Iglesia tiene una
aportación valiosa que puede servir para fomentar ese bien común, que se
debe entender como material y espiritual a la vez. No por eso se debe
pensar que la Iglesia puede suplir las funciones civiles del Estado. Pero
la diferenciación de funciones entre el Estado y la Iglesia no implica que
la Iglesia sea ajena a la cuestión social.

En cuanto a los no creyentes, se puede decir que la doctrina social de la
Iglesia está destinada no sólo a los católicos sino a todo hombre de buena
voluntad, tal y como escriben muchas encíclicas al su inicio. Mientras la
obligación de un católico frente al magisterio no es la misma que la de un
no creyente, la Iglesia quiere ofrecer a todos los frutos de su larga
experiencia y profunda reflexión sobre el hombre y la sociedad.

(De Zenit)


 

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